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Antonio Caputo - 2010

Gianni Moneta - 1984

Heinz von Cramer - 2000

Herbert Pagani - 1976

Paolo Rizzi - 1990

Pubblio Dal Soglio - 1987

Toni Kienlechner - 1984

Toni Kienlechner - 1986

Toni Kienlechner - 1988

Testimonianze visitatori - 1990

Testimonianze visitatori - 1991

Heinz von Cramer escribió de él en 2000
"Devademecum", o el verdadero intento de uso indebido de la educación
I. Pero ¿qué es?

Sí, ¿qué es? Se presume de arte. Normalmente cuando se exhibe al público algo -ya sea pintura, música o poesía- siempre se debe coger con pinzas, para cubrir la total desnudez. Pero aquello que llamamos arte, sigue siendo un gran enigma. No sé, hasta el momento nadie ha sabido iluminarme. Lo único que sé con certeza es que es una especie de salvoconducto para la eternidad que cada época libera a sus magos y bufones, y que no siempre se puede renovar, a veces, incluso expira con bastante rapidez. Quedan muy pocos para permanecer con permiso ilimitado que los mantiene en la huella del tiempo; como un Bach, un Rafael, un Goethe o, que son propiamente sus famosas obras, inmortales las que nos digan ¿qué es realmente el arte?

Seguramente, está claro, algo serio, tan noble como comedido, tan largo como amplio, un fenómeno de la humanidad, un espectáculo del mundo, tocante y purificador, a veces incluso un poco monótono; libera y extiende la gloria del aburrimiento. Sin embargo, ¡nada divertido! Ni para su creador, ni para la colectividad de su entorno. Ambos han de trabajar duro, sudario; de hecho, ganarás el pan con el sudor de tu frente, pero será digno de experimentar la verdadera esencia de la iluminación del arte. Luego, el arte debería representar, en su globalidad, una especie de santificación de la fantasía humana, una iglesia, una catedral, donde el poder creativo celebro las propias misas.


II. Pero, concretamente, ¿qué se presenta ante nuestra vista?

Una galería, ¿verdad? Eso es indiscutible. Justo una galería de arte. A esto empezamos a dirigir la digresión, y en las paredes cuadros recargados de imágenes hasta reventar, casi hasta hacer saltar los marcos. Aún así, estas sorprendentes libertades llevan una firma: Heinz 1. Düell. Surge de golpe una sospecha terrible: ¿habrá dado un gran placer a este Heinz J. Düell franquear tan cándidas superficies depredándolas en su inocencia? ¿Y habrá incluso imaginado al observador divertirse en esa libinidad? Aquí y allá, confusión, la cabeza que se vuelve; vuelven vagos a la mente los relieves de los templos hindús, los excesos del barroco.

Pero en el fondo ¿Qué tiene que ver el exceso en el arte? Arte ... debería aspirar a la medida de todas las cosas .. . ¿y si alguien protestase a viva voz? Si se tratase sólo de un juego en que se entra o no, un juego de enredos, ¿un juego sorpresa en que todos pueden participar? El juego de la oca, das Giinsespiel, "No te enfades!". Se tiran los dados y se avanza de un salto, o se tiran los dados y se pierde: o bien, alguno echa al contrincante y queda en posición de espera. Uno queda en pie ante uno de los jeroglíficos, y se apresura la búsqueda, suceda lo que suceda. ¡El riesgo siempre existe!

III. ¿Cómo comportarse de forma normal?

El siglo pasado nos ha acostumbrado a quedamos con el primer vistazo de un cuadro; la primera impresión era decisiva. Por tanto, si os interesais por la pintura se caerá hasta el mínimo detalle, se centraría en la particularidad de la composición y de la aplicación del color, siempre sin perder el conjunto de la obra. Casi lo mismo sucedió con la pintura del Renacimiento y del Barroco. Por el contrario, en la Edad Media el cuadro era algo para ser leído como un libro, cada elemento tenía su significado alegórico o teológico; todos juntos daban un sentido espiritual, más que pictórico, aunque la terminología fuese rigida y generalmente codificada.

consiguen descifrar estos mensajes, por regla general nos conformamos con el placer estético, el cual, medido con la intención originaría, sigue siendo un efecto secundario.

Traducción de Lydia Torres Bueno


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